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gota de agua

Por: Eloisa Ponce de Leon

En la última edición de SEA (#34) hablé sobre Inteligencia Artificial (IA) y la alerta emitida por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) sobre la necesidad de su regulación y correcto uso en defensa de los derechos de las personas. Sin saberlo, para el momento de escribir esta columna, las noticias unirían en sus titulares dos conceptos que parecen no tener relación: “agua” y “ChatGPT”.

A fines de marzo, se viralizaron imágenes generadas por ChatGPT al estilo del Studio Ghibli, el célebre estudio japonés de animación. Lo que comenzó como un juego visual, pronto abrió debates: primero sobre derechos de autor y luego sobre su costo ambiental. Según datos compartidos por ChatGPT, la creación de más de 200 millones de imágenes en ese estilo habría consumido unos 216 millones de litros de agua en apenas cinco días, utilizados para enfriar los servidores que sostienen estos sistemas.

Aunque lo virtual parezca intangible, detrás de cada clic existen infraestructuras físicas muy reales: enormes centros de datos que requieren grandes volúmenes de agua y energía para funcionar. Se estima que estos espacios consumen decenas o cientos de litros de agua diarios, y a nivel global, el impacto es difícil de dimensionar.

Además, según National Geographic, internet ya representa el 7% de la demanda energética mundial. Y según la Fundación The Good Planet, un simple correo electrónico puede generar desde 0,3 hasta 50 gramos de CO2e, según su contenido.

Mientras las campañas nos piden cerrar la canilla o reutilizar el agua, pocas veces se habla del peso ambiental de nuestros hábitos digitales: almacenar archivos innecesarios, conservar correos olvidados o ver videos en alta definición sin necesidad. Cambiar estas prácticas no salvará el planeta por sí solo, pero sí puede ser un pequeño paso hacia un consumo digital más responsable.